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¡Aquí está Mi Paz...!

Estaba fuera de sí, su alma atribulada con tormentas internas de duda, miedo y temor, sus nervios estaban al descubierto, era casi la media noche, aquella voz amenazante haciendo del silencio un huésped agraviado, realmente estaba condicionada por la experiencia anterior.

En la oscuridad de su mente, la infamia se burlaba de ella, la prepotencia estaba en su nivel máximo, manipulaba su imaginación, no se creía suficiente, ni buena, ni linda, mucho menos elegante, se sentía como una marioneta llena de hilos, esperando ser halada para mover su destino

Sufría arrebatos de ira, que la dejaban enardecida y temblorosa, con crueles ansias de vindicarse y estar lista para la revancha. Sus emociones excitadas, dieron a luz sentimientos impuros seguidos por el más grande rechazo del corazón, se levantó tratando de tomar venganza, pero en ese momento tuvo una reflexión…

Visionó a Jesús parado en la proa de un pequeño barco, con imponente Majestad, mientras los vientos lo azotaban y aquellas olas enfurecidas lo atacaban, con sus labios pronunció una sola palabra “¡Paz!”

Al instante el mar estaba calmo, una sola palabra de los labios del Maestro habían bastado para calmar aquella ráfaga de olas acechantes y en ese momento clamó “¡Jesús, infunde paz en mi alma atribulada!”...

Y como un milagro comenzó a tranquilizarse, Jesús calmó las olas de violencia y de temor, donde pocos minutos antes había dominado el caos ¡Nada había cambiado y sin embargo, todo era diferente!

Aun continuaba aquella voz amenazante, pero algo había sucedido, ya no tenía miedo ni deseos de venganza, en segundos todo se había ido. Se puso en pie y dijo: “No más sufrimiento y doblego, yo misma así lo decido, aquí terminan los años de despotismo, porque la paz de Jesús está conmigo”!
Se levantó y se fue sin pedir permiso, ante la mirada    atónita del humillante que no podía creer lo que estaba pasando, recorrió su camino en el silencio de la noche, para nunca más encontrarse con la degradación y la cobardía, escuchando el susurro de Dios a su oído, quien constantemente le decía: “¡Hija... Aquí está Mi Paz!”



Imagen propia (Atardecer en Puerto Cortes, Hond.)

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