Entre dormida y despierta, sentía frío, deseaba enderezarme y alcanzar una frazada para cubrirme, pero se imponía el sueño. A medida avanzaba la madrugada, el frío lo hacía también, así que me levanté, busqué la frazada y regresé a la cama.
Con el calor de las sábanas, me quedé quieta, ya no pude dormir. En el techo se escuchaba el sonido del viento, las ramas de los árboles se movían sin parar, pero a diferencia de otros ventarrones, éste es agradable, no provoca desastres, no derrumba techos, solo nos hace sacar del guardarropa, el abrigo, las botas, el gorro y los guantes, no hay duda ¡Diciembre llegó!
Mientras buscaba en mi mente qué ropa de frio usar, vino a mí los recuerdos de aquellos diciembres que de niña y adolescente viví con mi familia en aquel pequeño pero acogedor, lugarcito… ¡Dulce nombre de Culmí!
Ah, ¡Qué bonitos recuerdos!
No olvido las palabras de mi madre diciéndonos: “Hijos, estos son aires de diciembre”, eso era un indicativo de que la navidad estaba próxima, y cuando la navidad llegaba, también llegaban los nacatamales, rosquillas en miel, manzanas, uvas, pan recién horneado… y como olvidar el arbolito, pero no cualquiera eh, era uno especial…
Era un pequeño pino, que mis hermanos y yo cortábamos a escondidas de mis papás, para que no nos llamaran la atención por ser “depredadores del bosque”, luego, íbamos a las pulperías del pueblo, allí nos gastábamos aquellas pocas monedas que habíamos ahorrado durante meses para comprar bombas multicolores, y adornarlo. Las semillas de los pinos, pintadas con cal o tierra blanca, eran los adornos que colgaban de tan majestuoso árbol.
Pero faltaba lo mejor, la ropa a estrenar el veinte y cuatro y treinta y uno de diciembre, eso era elemental. Pero no pasaba de ser un entusiasmo, pues ¿Cómo comprarle estrenos a tan numerosa familia cuando la economía era más que limitada?
Pero aún así, mis hermanos y yo, soñábamos, disfrutábamos a montones la época navideña, el viento, el frio, los villancicos, y en especial la comida, pues en esa fecha, comíamos variedad y cantidad.
¡Y como olvidar los cohetillos que explotábamos! Creíamos engañar a mi mamá al decirle que no éramos nosotros los que los detonaban, que alguien que iba pasando era quien los estallaba, aunque a dos kilómetros a la redonda, no pasaba ni una sola persona… ¡Cuán ensimismados nos quedábamos a las doce de la noche al ver a lo lejos cómo se levantaba el humo de la pólvora! Era fantástico!!
Esto fue de niña…
De adolescente fue similar, las mismas tradiciones, pero con más gente en casa, mis hermanos mayores se habían casado, ahora estaban los yernos y nueras, con los pequeños nietos, y cómo había que atenderles y ser muy gentil con la visita, mi mamá les daba nuestra cama, mientras que mis hermanos menores y yo, íbamos al piso de tierra a dormir. Pero todo eso era recompensado cuando abrían las maletas y sacaban sus regalos para nosotros…
Aunque había un interés más en que llegara la noche de navidad, era el que mi papá nos diera permiso de ir a la fiesta, era la única oportunidad de ver aquel jovencito que me atraía pero que no se lo demostraba, entre más él se me insinuaba, más era mi indiferencia, aunque por dentro el corazón me palpitaba a mil por minuto… ¡Qué bonita adolescencia!
Ha pasado algún tiempo de estas bellas memorias, pero cada vez que llega fin de año, recuerdo las palabras de mi madre “hijos, estos son aires de diciembre”.
Ahora, no hay dificultad para dormir, tengo una cama, puedo escoger entre que ropa vestir en la noche de navidad, no hace falta cortar un pino del bosque para encender un árbol navideño, las monedas que durante meses ahorraba junto a mis hermanos, al presente no tienen validez, pero…
¡Cuánto anhelo poder estar con todos mis hermanos y mis viejitos lindos en una navidad! Detonar los cohetillos, saborear las rosquillas que preparaba mi madre, recién salidas del horno, ver cómo se esponjaban en la taza de té de jengibre, sortearnos entre mis hermanas quién lava los platos de la cena, en fin… Nunca más regresarán esos momentos, aunque los recuerdos perdurarán por siempre…
Amaneció, es hora de levantarse, y tomar un poco de leche caliente para aliviar un poco el frío…
2 comentarios:
Ah... me hiciste sentir hondureño, y me hiciste sentir niño de nuevo. Bonita esta estampa que compartes. Te imaginé de igual manera acostada sobre el suelo de tierra, para ceder la cama a los visitantes, y, me movió esa ternura por una parte, y el sacrificio por otra.
Aires de Diciembre... son dulces.
Gracias por el recorrido a Culmi en atmósfera navideña.
Cierto, estos aires ConlleVan mucha dulzura, por las palabras de mi madre, los recuerdos maravillosos, y la candidez de la adolescencia.
Me elogia tu identificación con estos "aires" y
"Quiera Dios que por poco o por mucho el poeta fuese hondureño"...
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